Naciones Unidas, el espectador de la guerra

Por la Espiral

Claudia Luna Palencia

A sus 79 años de existencia, la ONU necesita modernizarse y reactualizarse, a un mundo con necesidades cambiantes y múltiples amenazas. Ya no es solo la confrontación  de un Estado contra  otro Estado, sino también los enormes peligros que supone la creciente presencia de actores no estatales, pero con una enorme capacidad para infligir un fuerte daño en vidas humanas. 

          La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació con una vocación pacifista el 24 de octubre de 1945 como resultado de un gran esfuerzo multilateral por evitar que los demonios de la ambición terminasen dinamitando la paz mundial y convirtiendo al globo terráqueo en pasto de la devastación con guerras de todo tipo de calibre.

          Su finalidad mediadora entre los conflictos se ha visto socavada con el paso de los años, si bien empezó con mucho ímpetu, tras la devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial, más pronto que tarde se enfrentó con múltiples desavenencias –sobre todo fronterizas– que han terminado en nuevas guerras.

          La gente ha seguido matándose por todo tipo de razones: religiosas, culturales, étnicas, por cuestiones de minorías, por pretextos limítrofes; y por apoderarse de los recursos naturales del otro, esgrimiendo tácticas defensivas o por equilibrio geopolítico.

          La ONU siempre ha estado constantemente a prueba: “En sus primeros diez años de vida ya había tenido terribles  desafíos con los siguientes conflictos: la guerra de Vietnam de 1945 a 1946; la guerra  civil griega de 1946 a 1949;  la guerra de Indochina de 1946 a 1954; la segunda guerra civil de Paraguay de 1947; la rebelión malgache de 1947 a 1948; la primera guerra de Palestina de 1947 a 1949; la guerra indo-paquistaní de 1947; la guerra árabe-israelí de 1948; la guerra civil de Costa Rica del mismo año; el bloqueo de Berlín en 1948; la violencia en Colombia de 1948 a 1953 y la guerra de Corea de 1950 a 1953”.

          Demasiadas pruebas de fuego sobre todo con la guerra indo-paquistaní; con la de Corea que terminó con un país escindido en dos; y luego vendría la guerra de Vietnam de 1955 a 1975. Fue tan solo el aviso de que el mundo seguiría siendo guerrero, voraz y trepidante y que sostener la paz, depende tan solo de la voluntad de un gobernante.

          La década de los sesenta estuvo plagada de conflictos bélicos en África, con matanzas lamentables y en Oriente Medio acontecería la Guerra de los Seis Días que involucró a Israel, Egipto, Siria, Jordania e Irak.

A COLACIÓN

          Ha sido un discurrir del tiempo lleno de violencia bélica, de atrocidades, de invasiones, de genocidios, de pisotear una y otra vez a una paz letraherida convertida en el objetivo número uno de supremacistas y mesiánicos.

          A 1956, la ONU llegó con la idea bien plantada de desarrollar una Fuerza de Emergencia, una unidad militar que coloquialmente se conoce como los cascos azules. Básicamente es una brigada conformada por fuerzas especiales de diversas partes del mundo, actualmente supera los 40 mil cascos azules. 

          No tiene una actividad bélica, más bien la protección de la población civil, que es la más perjudicada cuando hay una guerra; también actúa ante catástrofes humanitarias o bien puede inclusive servir de garante en unas elecciones para evitar un baño de sangre. Tiene  muchas funciones.

           La ONU debe tener la capacidad para frenar un conflicto, los cascos azules deberían ser una fuerza militar de paz capaz de terminar una guerra. No es funcional el Consejo de Seguridad tal y como  está concebido con ese mecanismo de los vetos, ni tener unos casos azules, que brillan por su ausencia en la invasión de las tropas rusas a Ucrania. Mientras en la actual guerra de Israel, contra la Franja de Gaza, son el objetivo de destrucción del ejército israelí como acontece, también en Líbano.

           El organismo cuya dura misión es sostener la paz global gime agonizante desde hace varios años porque las grandes potencias no lo respetan, no valoran la concordia, por encima de sus ambiciones estratégicas.  Y, fundamentalmente, no respetan los acuerdos internacionales.

          Además, las guerras del siglo XX posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, también están evolucionando en el siglo XXI: ahora son híbridas, hay más amenazas, la artillería es mucho más letal. Primero ha sido Rusia, un país antagonista el que ha invadido a Ucrania con la ambición desmedida de seguir desmembrando a este país que nació de la independencia que consiguió de la URSS en 1991; la invasión va camino de cumplir los tres años en febrero próximo.

           Después, ha sido Israel, aliado de Estados Unidos, el que lleva más de un año bombardeando y matando a la población civil encerrada en una ratonera en la Franja de Gaza. Les mata con misiles que hacen boquetes de 30 metros de profundidad. Netanyahu un ultranacionalista como lo es Putin ha nombrado persona non grata a Antonio Guterres, titular de la ONU y lleva tiempo vetado para no pisar territorio israelí. La ONU en todas estas circunstancias bélicas es solo un mero espectador incapaz de hacer nada: ni de frenar las bombas, ni las masacres, ni el sufrimiento.  Mañana podría ser China atacando a Taiwán o Corea del Norte invadiendo a Corea del Sur o los Balcanes volviendo a matarse por las líneas territoriales y el sentido de pertenencia. Realmente estamos a merced de los amos de la guerra…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *