Por la Espiral
Claudia Luna Palencia
La vulnerabilidad energética de Europa hacia los combustibles fósiles es una realidad avasallante y tiene que dar pasos de gigante para acelerar la reconversión hacia las energías renovables aunque la sequía y la drástica bajada de los ríos, lagos y las presas no se lo pondrá nada, pero nada, fácil.
La situación es compleja frente a la guerra de Putin en Ucrania con todas las consecuencias colaterales de sobra conocidas y aquí en Europa se está pagando con creces con una inflación que ya devora los bolsillos y unos precios de la luz y el gas que ha sumido a más familias en la pobreza energética.
La emergencia en la Unión Europea (UE) pasa por encontrar lo más rápidamente posible la cuadratura del círculo para el mercado energético europeo prácticamente dependiente de las importaciones de gas y de petróleo.
Europa ha dejado en manos externas su viabilidad energética. No es más que una enorme irresponsabilidad porque se trata de una vulnerabilidad que no solo atenta contra su seguridad energética presente y futura, por supuesto, pone en riesgo su planta productiva. ¿Cómo se produce sin la luz, el gas y el petróleo necesarios?
Ya no digo suficientes, los necesarios que diariamente echan a andar a las fábricas, las empresas y las industrias. La gran interrogante es, ¿cómo los estrategas y asesores internacionales siempre ávidos de crear escenarios futuribles de riesgos, no vieron ante sus narices tal debilidad para la UE?
Rusia al final la ha cristalizado lanzando su órdago contra el talón de Aquiles de los europeos que tienen ante sí un reto mayúsculo y al mismo tiempo una clara oportunidad histórica. Nunca como ahora la UE tiene ante sí la posibilidad de reformular su modelo energético.
La díscola Europa está llamada a entenderse ante el desafío energético por necesidad, por estrategia, por supervivencia y por viabilidad. No es una cuestión meramente pasajera, ni coyuntural, las decisiones deben ser de carácter estructural.
Ahora mismo, su principal problema es Rusia. Pero dentro de una o dos décadas podría ser Argelia o algún otro país africano o inclusive Estados Unidos; su aliado transatlántico atravesó cuatro años a la deriva de la globalización durante el gobierno de Donald Trump, al que políticamente es demasiado pronto para darlo por muerto a pesar de todas las demandas en su contra.
Sería un error muy grave pasar de la dependencia energética rusa a la dependencia energética con otro tipo de países políticamente inestables y con los que además hay temas de por medio como la democracia y los derechos humanos. No se puede mirar de reojo a dictaduras solo por la persistencia de un interés energético, sin guardar la coherencia, que la propia UE exige para temas tan sensibles.
Con Rusia se llegó al paroxismo: en 2021, la UE pagó 195.000 millones de euros por petróleo importado y 63.000 millones de euros por gas; en total, 258.000 millones de euros. Dicho año, la factura total pagada a las empresas energéticas rusas fue por 160.000 millones de euros (sumada por gas y por petróleo), un cuantioso caudal.
A COLACIÓN
Tenemos un club comunitario que, año tras año, de promedio compra el 92% del petróleo que necesita y el 84% de su gas. Los desafíos presentes deben imponerse en las rancias ideas de algunos países sobre la utilización de la energía nuclear, pero es menester que la UE invierta más en exploración en aguas profundas y que vertebre con ductos y gasoductos la Europa mediterránea con la Europa central y la del este.
Diversificar la cesta energética no sucederá pasado mañana porque hay mucho por invertir para generar un boom de la energía eólica, solar, de las alternativas con hidrógeno y de los biocombustibles de los que casi nadie habla y que podrían generar una nueva industria a su alrededor. Alternativas para lograr una independencia energética existen, lo que falta es visión, voluntad y dejar los egoísmos en el armario.
España tiene ante sí la oportunidad histórica de ser eje de ese cambio estructural si logra consolidar su alianza con Alemania para el gasoducto a través del Pirineo que tanto recelo ha provocado en el presidente francés, Emmanuel Macron, reacio al proyecto aduciendo razones ecologistas e interesado en no abrir un debate al respecto en su país porque carece de una mayoría en el Congreso.
Francia ha sido un tradicional defensor de la energía nuclear. A la fecha cuenta con 56 reactores y ha logrado sortear el impacto del precio de la luz que, por ejemplo, ya resienten los consumidores españoles y otros más en Italia, Grecia, Holanda, Alemania, Austria, Bélgica y en Países Bajos. Tampoco hay una amplia política de subvenciones que bien podría ser impulsada desde Bruselas para que las comunidades de vecinos puedan con toda facilidad instalar paneles solares. Hay algunas ayudas a cuentagotas y los sistemas siguen siendo carísimos. Insisto: la ventana de oportunidad la ha abierto Putin, queda que Europa le saque el mayor provecho.