¡Es la fe, estúpido!

Por la Espiral

Claudia Luna Palencia

Cuando era niña y en los libros de Historia estudiaba acerca de las guerras y las grandes guerras, todo aquello parecía tan lejano, que nunca imaginé que al ser mayor se volvería tan real.

          A lo largo de  los siglos la gente se ha matado entre sí por la tierra y su afán de propiedad; por diferencias culturales; ideológicas; lingüísticas y religiosas.

          Las guerras del siglo XX mantuvieron su afán imperialista pero las del siglo XXI ya son otra cosa: son las guerras por los recursos naturales y estratégicos. Rusia quiere apropiarse de buena parte del territorio de Ucrania para tener una salida hacia el mar de Azov y el mar Negro que le permitiría tener una influencia considerable. Además de quedarse con importantes astilleros, graneros y centrales nucleares.

          Las guerras del siglo XXI serán las guerras por la supervivencia humana, las del control del agua fundamentalmente porque el cambio climático, lo nieguen mil veces los negacionistas, ya está aquí traspasándonos con sus rayos incesantes que hacen largos los veranos. Casi eternos.

          Es verdad, que Israel no lucha por el agua, ni los recursos energéticos, libra una lucha férrea por su existencia, ante una serie de amenazas regionales que se han vuelto cansinas.

          Este año cumplió 76 años de existencia y no creo que haya un solo año desde entonces libre de amenazas terroristas o bélicas. Este mes justo, el próximo lunes, se cumplirán un año de los terribles atentados terroristas del 7 de octubre perpetrados por Hamás y la Yihad Palestina.

          Yo, a la fecha, me sigo preguntando dos cosas: 1) ¿Por qué Hamás decidió suicidarse cometiendo esta barbaridad y además grabándola para difundirla al mundo? y; 2) ¿Cómo es que la mejor inteligencia militar  y el mejor servicio de espionaje global no vio venir esos lamentables hechos?

          A mí me encanta Agatha Christie, esta escritora no fallaba en sus suspicacias cuando en sus novelas dejaba caer esa pregunta en el aire que llegaba al lector como una espada de Damocles, ¿y quién es el principal beneficiario? Si, hay un crimen, ¿quién lo es?

          Desde luego que Israel lleva un año cobrándose la venganza: masacrando civiles palestinos, vaciando ciudades enteras, bombardeando hospitales  y matando fundamentalmente a mujeres y niños palestinos. Es decir, el futuro de Palestina.

          Benjamín Netanyahu tenía 46 años de edad cuando un extremista ultranacionalista asesinó, el 4 de noviembre de 1995, al primer ministro, Isaac Rabin,  a quien Netanyahu (al frente del Likud) acusaba de  traicionar a Israel por los Acuerdos de Oslo que buscaban pacificar el conflicto entre Israel y los palestinos.

          “En julio de 1995, Netanyahu dirigió una falsa procesión fúnebre con un ataúd y una soga en un mitin anti-Rabin donde los manifestantes corearon muerte a Rabin. El jefe de seguridad interna, Carmi Gillon, alertó a Netanyahu de un complot sobre la vida de Rabin y le pidió que moderara la retórica de las protestas, lo que Netanyahu se negó a hacer”, de acuerdo con información  recogida en varios medios de comunicación.

           Al final a Rabin lo asesinó un joven judío de 25 años y con su muerte se truncó toda posibilidad de paz en la región. Un año antes había recibido el premio Nobel de la Paz junto con Shimon Peres y Yasir Arafat. Los tres políticos desempeñaron un gran papel en la búsqueda de la paz en Medio Oriente pero los ultranacionalistas judíos, a los que pertenece Netanyahu, veían más que una posibilidad de coexistencia, una amenaza para los asentamientos y los colonos judíos.

          Ya desde joven Netanyahu tenía ideas radicales que hablaban incluso del exterminio de los palestinos de ser necesario para la prevalencia de Israel y de recuperar a toda costa y a cualquier precio las tierras del pueblo de Dios.

A COLACIÓN

          Hoy, Netanyahu a sus 75 años de edad, por fin puede lograr todo cuanto soñó para Israel: más tierras para sus colonos, menos para los palestinos y acabar si se puede expulsándolos de la Franja de Gaza y de Cisjordania.

          Tiene luz verde. Le avala el gobierno más ultranacionalista y ultraortodoxo que gobierna a Israel. Algunos de sus miembros cuando participan en la Knéset  hablan de exterminio o de expulsión.

          En realidad, Netanyahu y sus aliados en el gobierno, morirán y dejarán un legado de sangre y de terror que solo ha sembrado más y nuevas semillas de  odio. Hay miles de muertos, familias rotas de dolor que ahora odian más si se puede a Israel y a los judíos y que muy seguramente jurarán venganza por cada hijo o familiar asesinados por los sionistas. ¿En qué siglo ha habido paz en la llamada Tierra Santa? La respuesta es en ninguno. Este es  más bien territorio maldito: confluyen las tres religiones, allá no se matan por la falta de agua o de comida o de petróleo o por controlar las rutas comerciales allá se matan por la gloria de Dios; y porque cada uno se cree el pueblo elegido. La fe es una bomba atómica. 

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