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Franco no ha muerto
Por la Espiral
Claudia Luna Palencia
Ayer, España recordó el 50 aniversario del fallecimiento del dictador Francisco Franco y lo hizo en medio de una sociedad muy polarizada política pero también ideológicamente. Y lo que es peor: una parte está enferma de desafección mientras las generaciones más jóvenes, los millennials y la Generación Zeta, beben de las redes sociales para mal informarse y normar su criterio.
A propósito de este aniversario del sátrapa franquista que gobernó a España bajo una férrea dictadura durante 40 años, el periódico El País llevó a cabo una encuesta y los resultados no son nada favorables para los valores democráticos.
“Una cuarta parte de los jóvenes en España ve preferible en determinadas circunstancias un régimen autoritario y en el electorado de Vox hay más simpatizantes que detractores del franquismo”, de acuerdo con los resultados de dicha encuesta.
Pero el problema que tiene España con sus valores democráticos no es desconocido en otros países occidentales. La ultraderecha experimenta un nuevo auge y los fantasmas vuelven del pasado: en Italia exaltan a Mussolini, en Alemania a Hitler y los modernos fascistas ven en Trump a su adalid.
Hay una corriente a nivel mundial que intenta minar el poder de las urnas a través de provocar confusión, desánimo y polarización entre la población. Un disenso tan ríspido, con el miedo como factor esencial.
A COLACIÓN
Tenemos dos economías que son las líderes del mundo pero que son dos polos yuxtapuestos; cada una enarbola banderas diferentes y si bien ya no es la lucha entre el capitalismo y el comunismo sí lo es de las democracias versus las autocracias. Lo que está en juego en el actual siglo XXI es la democracia y la libertad.
En China, por ejemplo, el actual mandatario Xi Jinping, es un moderno emperador que se quedará en el cargo hasta que la muerte los separe de él. La Constitución es solo el instrumento para legitimizarse en el poder como el otro dictador, Vladimir Putin, en Rusia.
Las autocracias han encontrado la fórmula para readaptarse a la globalización y a la economía de mercado. Han sabido jugar con esas reglas de la competencia, sin embargo, los cambios son más cosméticos (y casi nulos) en materia política. Así se tienen autocracias con economías de mercado.
Hasta el día de hoy la pugna ideológica concede al liberalismo económico la llave para la democracia, el uno no se puede entender sin lo otro, así lo aducen analistas como Norberto Bobbio con argumentos sólidos que conceden al Estado liberal la taumaturgia de crear un Estado democrático.
En la línea que va del liberalismo a la democracia, son necesarias ciertas libertades para el correcto ejercicio del poder democrático. Bobbio señala que el poder democrático permite garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamentales.
En su libro, “El futuro de la democracia”, Bobbio argumenta que la prueba
histórica de esa interdependencia está en el hecho de que, el Estado liberal y el Estado democrático, cuando caen, caen juntos.
El resurgimiento de los totalitarismos utiliza a la democracia, a sus propios canales y también al incremento de la apatía ciudadana en cada elección, para usar recovecos en la ley a fin de reformar la Constitución y a partir de asambleas constituyentes iniciar procesos que tienen de todo menos los ingredientes de una democracia que evita la concentración del poder en manos de una persona, así como de un partido político. Reformar a la Constitución para restarle participación al Legislativo y darle más potestades al presidente.
Los nuevos totalitarismos y autocracias son una realidad amenazante: corren el riesgo de extenderse como si fuera una pandemia, el poder es la droga más potente, la mayor adicción y no hay vacunas lo suficientemente fuertes: lo saben en Venezuela primero con Chávez y Maduro; con los sandinistas en Nicaragua; en Bolivia… ahora es China con Jinping y Rusia con Putin.
Y en cada país cuyos líderes retornan, una y otra vez, incesantemente al poder porque ese afán protagónico y hasta cierto punto mesiánico (elegido por el destino o bien por una fuerza divina para resolver los problemas nacionales) se convierte en una obsesión.
Las reformas comienzan poco a poco y luego terminan abruptamente arrollándolo todo: primero, van por reformas constitucionales atacando el núcleo duro de los artículos que impiden la reelección para ablandarlos o de hecho eliminarlos para restar las trabas; si dos mandatos consecutivos son el límite se quitan las trabas mediante un proceso avalado por el Legislativo en una asamblea constituyente; después van más allá con la reelección consecutiva o ilimitada y terminan dándole al presidente todo el cofre completo. Son los nuevos totalitarismos y autocracias de mercado.
¿Quién le va a decir a la todopoderosa China que no puede reformar su Constitución para legitimar la entronización de su mandatario? ¿Alguien le va a refutar o cuestionar dicha potestad política a la economía que hoy en día también enarbola el estandarte de la globalización y el liberalismo económico? Bajo este contexto, siempre habrá un totalitario a la vuelta de la esquina se apellide Franco o Jinping o Putin… a la democracia hay que defenderla de la desafección.