Francia y el voto del odio

Por la Espiral

Claudia Luna Palencia

Francia no va a salir indemne de la ola de cambios que están viviendo los países occidentales tras la pandemia del coronavirus: el centro es el gran damnificado dado que se ha ido difuminando en la medida que la gente ha ido somatizando su propia experiencia personal de cómo impactó la pandemia en su vida; en su familia; en su trabajo; en su empresa; en la economía local, nacional e internacional.

          Nadie ha vuelto  a ser igual que antes de la pandemia es el hecho más traumático experimentado a nivel global en lo que llevamos del siglo XXI. Era de esperarse, porque los mismos ciclos de la Historia, lo  exponen: cuando empeoran las cosas, hay miedo; temor; incertidumbre; resquemor y esa sensación de que todo va a mal que se traduce en ostracismo ciudadano y el voto de la rabia que quiere destruirlo todo… cambiarlo de arriba hacia  abajo.

          En 2017, Francia registró un PIB de 2.3% y en 2023, creció 0.9% mientras que la inflación en 2017 se ubicó en 1.19% y en 2023, cerró en 4.9% y otro indicador relevante: la tasa de paro en 2017 fue de 8.6% y en 2023, de 7.6 por ciento.

          Emmanuel Macron ganó las elecciones en  2017 derrotando a Francois Hollande proponiendo con su partido En Marcha una serie de políticas centristas pretendiendo con ello avanzar en lo social e impulsar la actividad empresarial.

          Desde entonces han pasado siete años y el macronismo está muerto.En la actualidad, Francia está profundamente dividida con una sociedad cada vez más confrontada: económicamente, socialmente, ideológicamente y políticamente.   Si Macron, no logra convencer de que lo apoyen los partidos de izquierdas, comunistas y ecologistas,  el futuro de Francia quedará en las manos de la ultraderecha.

          El primer escenario político al que Macron podría enfrentarse, a raíz de la segunda vuelta electoral de las elecciones legislativas del domingo 7 de julio, es cogobernar con un primer ministro distinto al de su partido y abrir así un llamado gobierno de cohabitación. Esto es, Macron como presidente pendiendo de un hilo, con un primer ministro ya sea de ultraderecha o de ultraizquierda y una Asamblea Nacional muy fragmentada en la que su partido sería tercera o cuarta fuerza.

          Todo hace prever, que Macron perderá a su joven primer ministro, Gabriel Attal. Francia es una república constitucional semipresidencialista y el poder ejecutivo se comparte entre el presidente y el primer ministro. Si Macron no logra mediante un pacto con el nuevo Legislativo sostenerse en el gobierno perderá a su primer ministro y muy seguramente terminará acorralado en una moción de censura y serán convocadas  elecciones generales.

          Los resultados de las elecciones legislativas del domingo 30 de junio  ya evidenciaron per se la división rupturista en la sociedad francesa; lo escoradas que están las posiciones  entre una generación de mayores que ha votado por el  Nuevo Frente Popular que se presenta como una coalición antifascista y los millennials que han votado por  Lepen y su extrema derecha de Agrupación Nacional. La muchachada veinteañera de la Generación Z también está muy radicalizada muchos son seguidores de la ultraizquierdista La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, miembro del Nuevo Frente Popular. Mélenchon ha declarado reiteradamente que él quiere ser el nuevo primer ministro de Francia.

          Y, aunque son polos encontrados, la historia siempre demuestra que tan malo es un gobierno de ultraderecha, como otro de ultraizquierda, porque  ambos, siempre recorren el mismo lindero: más poder, más control y menos libertades.

A COLACIÓN

          ¿Quién puede frenar las aspiraciones de los lepenistas? Sin duda, el Nuevo Frente Popular que está conformado por partidos de izquierdas (de todos los espectros) comenzando por la ultraizquierda de La Francia Insumisa; además se ha unido, el Partido Socialista de tintes socialdemócratas; también el Partido Comunista Francés y se añadieron los verdes del partido Los Ecologistas.

          La otra polarización se vive ardientemente en las calles francesas. En París, las marchas antifascistas movilizadas por Jean-Luc Mélenchon de La Francia Insumisa son cada día más voluminosas.  “Son ellos o nosotros”, así lo ha declarado el veterano político que cumplirá 73 años.

          Sin embargo, los otros partidos izquierdistas, comunistas y ecologistas con los que se ha aliado en el Frente Nacional no lo quieren de primer ministro. ÇUna situación que hará una difícil negociación para el nuevo gobierno.

          Los caminos, entre uno y otro lado, son malos para Macron: Si es la ultraderecha de Le Pen la que obtiene un relevante porcentaje de legisladores en la Asamblea Nacional tendrá Macron que aceptar al ultraderechista Jordan Bardella como primer ministro. No solo será todavía más joven que Attal sino que incluso, le impondrá al  Elíseo su agenda antimigratoria.

          Ya Agrupación Nacional ha venido anunciando que limitará el acceso a los puestos claves en varias áreas del gobierno y dentro del sector público solo para franceses nacidos en Francia.

          Y si, es el ultraizquierdista, Mélenchon el que resulta ser el nuevo primer ministro, también es malo para Macron.  Entre las propuestas de la izquierda radical están una reforma del sistema electoral para una mayor proporcionalidad, la subida del salario mínimo, un nuevo impuesto a las grandes fortunas; la gratuidad de materiales y comidas escolares así como   la  jubilación a los 60  años de edad.  

          Además, en política internacional, piden el reconocimiento del estado de Palestina; un embargo de armas a Israel; y, respecto de la guerra de Ucrania, la Francia Insumisa apuesta por seguir enviando ayuda militar pero sin que Francia intervenga de manera directa en el conflicto. Sus ideas son igualmente nacionalistas y euroescépticas.

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